Lo que comúnmente se entiende como miedo es una “emoción” y, como tal, un mecanismo de alerta preventiva inscrito en nuestro cerebro que se activa ante lo desconocido (lo no identificado por nuestro organismo como habitual) en un análisis automático que es congénito en todas las especies vivientes (animales y plantas). Permite huir o combatir.
El objeto del miedo más común es la muerte y por ello las diversas culturas proponen la existencia de vida después de la muerte y hacen depender la calidad de esa vida de determinadas creencias y comportamientos. Sobre lo paradójico de esa propuesta decía irónicamente Epicuro:<< CUANDO ESTAMOS VIVOS NO EXISTE NUESTRA MUERTE Y CUANDO MORIMOS DESAPARECE LA MUERTE. ¿QUÉ TEMES DE LA MUERTE EXACTAMENTE?>>.
Por ello también, nuestras sociedades han considerado un deber ser capaces de vencer los miedos practicando ejercicios o ritos de iniciación, considerando que disminuir el miedo incentivando el “valor” constituye un proceso de mutación del individuo que le permitirá afrontar los peligros suscitadores de esos miedos.
Las diversas formas del miedo, en función de las emociones que nos afectan individualmente, reciben clínicamente diversos nombres, desde la simple inquietud hasta la psicosis paranoica.
En mi opinión, los “miedos” pueden ser superados por aquellos individuos cuyo bagaje cultural les permita deshinibirse autoanalizándose. Ojalá, tras el choque viral que nos sacude en estos días, sean muchos más quienes busquen reestructurar su escala de valores…
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