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QUERIDO HERMANO ANTONIO

QUERIDO HERMANO ANTONIO - GLSE


Cuando alguien a quien queremos mucho se nos va, sentimos un dolor vivísimo que es, en realidad, la mezcla de muchos dolores distintos. Está la pérdida por sí misma, la conciencia de que nunca más le volveremos a ver, el desamparo, la desolación. Pero quizá el peor de todos esos dolores (porque es el más duradero) es acostumbrarse a que ya no está cuando se le necesita. Ya no puedes llamarle por teléfono cuando estás solo, como hiciste siempre; cuando necesitas un libro o un número de teléfono o ayuda para colgar los cuadros o un consejo. Lo que sea. Ese reflejo de pensar: “Esto no lo sé hacer; voy a llamar a…” y darte cuenta, de pronto, de que ya no puedes, de que ya no está, tarda mucho tiempo en desaparecer y reabre la herida del dolor una y otra vez.


Antonio era el que siempre estaba. Siempre, para lo que fuese. Se nos acaba de ir y nosotros, sus hermanos y hermanas masones de la Logia Renacimiento y del Distrito Centro de la GLSE, no encontramos consuelo para este dolor. Ha sido, durante años, la presencia constante, la traviesa sonrisa que no se apagaba jamás, el cariño, la sencillez, la bondad de corazón, la generosidad sin límites que no se terminaba nunca. Y sobre todo el ejemplo. No era de los más veteranos, llegó hace unos pocos años, pero no tendrá días la vida de cada uno de nosotros para apreciar cuánto nos enseñó a todos haciendo sencillamente, siempre, lo que había que hacer. Desde el primer momento. Sin un mal gesto, sin un momento de cansancio, sin el menor orgullo: simplemente lo hacía.

Nunca olvidaremos la impresionante lección que nos dio con su enfermedad. Con qué naturalidad la enfrentó, con cuánta dulzura, preocupado mucho más por nuestra preocupación que por sí mismo. Estuvo a punto de ganar la batalla. Todos le ayudamos, todos le acompañamos y le quisimos; pero los ánimos y el optimismo… nos los daba él a todos. Y lo hizo hasta el momento mismo en que se durmió.


Ahora ha partido hacia lo que los masones llamamos “el Oriente Eterno”. Cada uno de nosotros tiene una idea diferente sobre eso. Pero si esa inmortalidad fuese nada más que la memoria que deja entre todos el que hacia allí parte, nuestro Antonio no morirá jamás: no olvidaremos nunca todo lo que nos enseñó, el amor que repartía a manos llenas, lo mismo que su tiempo y que su esfuerzo, su limpieza de corazón. Le hemos querido mucho, casi tanto como él a nosotros. Así que, en realidad, en medio de esta desolación sí tenemos consuelo: el de saber que estuvo entre nosotros, que tuvimos el privilegio de que compartiese trabajos con nosotros una persona que era como muchos quisiéramos ser. El que siempre estaba. El que siempre estará., in, GLSE


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