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La Francmasonería contada a mi Hijo | Jean-François Pluviaud

La Francmasonería contada a mi Hijo.


Estoy leyendo, cómodamente sentado en mi sillón; mi hijo, sin dejar de acariciar al gato, que está hecho un ovillo sobre sus rodillas, mira distraídamente una emisión de televisión que no parece entusiasmarle; la atmósfera de esta tarde de domingo primaveral es suave, algo somnolienta.


Sin apartar los ojos de la pantalla, me pregunta casi distraídamente, como si pensara en otra cosa:


– Oye, papá, ¿qué es la Francmasonería?

Sorprendido y un poco intrigado, espero unos segundos, antes de responder.


– ¿Por qué me preguntas eso?

Sin dejar de mirar la pantalla, me dice:


– ¡No sé, son los compañeros, en la escuela!

– ¿Los compañeros?

– Sí, el profe nos estuvo hablando de eso y hemos estado hablando en el recreo.

– ¿Qué habéis dicho?

– No lo he entendido muy bien, algunos decían que era una secta, otros que era una sociedad secreta que hacía chanchullos con la gente que formaba parte de ella.

– Pero tú sabes que yo soy francmasón

– Sí, se lo he dicho a mis compañeros. Les he dicho que no era verdad, que tú no hacías negocios sucios, pero lo de las sectas no he sabido explicarlo bien.

Di, papá, ¿es o no es una secta?

– No, cariño, no es una secta; pero primero, ¿qué es una secta para ti?

– Una sociedad en la que la gente está prisionera y se suicida con sus niños.

– ¿Qué historia es esa?

– Lo he leído en el escaparate del quiosco de periódicos.

– No es exactamente eso, pero si sirve para tranquilizarte, te diré que yo no soy prisionero de nada; puedo dejar la Masonería en cualquier momento, si lo deseo, y, por otro lado, no he tenido nunca intención de suicidarme con toda mi familia, os quiero demasiado. Si quieres, un día, más adelante, te explicaré lo que es una secta; de momento prefiero hablarte de la Masonería, para que entiendas mejor de qué se trata. Me gustaría también, ya que estamos, que me escucharas en lugar de mirar la tele.

– Pero si te escucho…

Sin embargo, no deja de mirar la televisión; entiendo que es, quizá, una forma de pudor: por un lado le interesa mucho y por otro siente que es un asunto profundo, muy importante para mí y que le da un poco de miedo. La seguridad de su corta edad choca a veces con misterios que le perturban más de lo que él querría, lo que explica su aire vagamente remiso, fanfarrón a veces; es su manera de afrontar los problemas, un poco de refilón.

Con el pretexto de haber visto un pájaro en la terraza, el gato se ha eclipsado con presteza para ir a rondar, dejándonos solos.

Decido respetar la actitud de Julián, sin dejar de observarle a hurtadillas. Parece esperar que yo hable.

– Para empezar, has de saber que la Masonería es un compromiso que algunos hombres y algunas mujeres adquieren consigo mismos.

– ¿Como los que se casan?

– Sí y no; cuando uno se casa se trata de un compromiso mutuo y recíproco. La Masonería es un compromiso solitario, pero ante múltiples testigos.

– No lo entiendo.

– Uno se compromete consigo mismo, pero se toma a los otros como testigos.

– ¿A qué os comprometéis?

– ¡A hacernos francmasones!

Cuando no entiende algo, mi hijo hace una especie de mueca, abriendo los ojos como platos y apretando los labios con las comisuras hacia abajo. Es lo que yo llamo su cara de mochuelo.

Pienso que hay que volver a empezar desde el principio, de manera más clara y sobre todo más ordenada, si no, corro el riesgo de que no lo comprenda.

– Cuando naciste, tú no te acuerdas, pero no sólo eras débil y frágil; no sabías nada de la vida y eras un animalito. No sabías hablar, ni leer, ni escribir. Después, con los meses y los años que iban pasando y porque así es la naturaleza, creciste y te desarrollaste para hacerte el muchachito que eres ahora. Pero si tus padres no te hubieran enseñado no sabrías hablar y si no hubieras ido a la escuela no sabrías ni leer ni escribir. En una palabra, si no se te hubiera criado y educado seguirías siendo un animalito. Sin embargo, lo que has llegado a ser lo llevabas en ti al nacer; sólo hacía falta desarrollarlo.

– Lo comprendo, pero los francmasones son adultos, padres, ya saben leer y escribir y todo lo demás; entonces, ¿qué es lo que necesitan aprender?

– Muchas cosas, te lo voy a explicar.

Continúo muy tranquilamente en un tono que intenta ser natural, aunque algo profesoral, sin embargo.

– Lo que tú has aprendido de mamá y de mí y lo que tus profesores te han enseñado en la escuela forma parte del saber que te servirá para vivir tu vida, tener un trabajo y criar a tus hijos, a tu vez. Pero existe otra cosa, algo que no puedes aprender, sino que tienes que descubrirlo.

– ¿Dónde?

– ¡En ti!

– No lo entiendo.

– Sé que no es muy fácil, pero sólo podrás hacerte una idea sobre la Masonería a partir de ahí. Nosotros, los masones, pensamos, aunque no somos los únicos, que todos los humanos llevan consigo una parte invisible que sería un poco como su doble. A esa parte la llamamos el espíritu y es la que nos diferencia de los animales.

– Es la inteligencia.

– Para algunas cosas quizás, pero es mucho más que eso. Vamos a poner un ejemplo; hay cosas que tú sabes, o que adivinas, sin haberlas aprendido.

– ¿Qué, por ejemplo?

– Lo que sientes cuando estás contento o no, los sentimientos que tienes hacia tus padres, hacia tus compañeros o tus profesores. Todas esas cosas que no analizas bien pero que a veces sientes muy fuertemente.

– Sí, es verdad, a veces también tengo miedo, incluso de día, sin saber por qué.

– Así que existe una parte de ti, bien real, pero que te cuesta definir y sobre todo imaginártela. Pues bien, es lo mismo para el espíritu; puede decirse que es todo lo que constituye ese mundo bien real, pero inaccesible, que sólo te pertenece a ti.

Me escucha con mucha atención, con el ceño un poco fruncido y los ojos brillantes por el esfuerzo que está haciendo.

– Esa parte del espíritu que tú posees, que hace que puedas decidir por ti mismo y tener conciencia de tus sentimientos, es la que, por ejemplo, te diferencia de Pussy, tu gato. Él es un animal que obedece a su instinto y tú eres un ser humano, que también obedece a su instinto, claro, pero también y en primer lugar a su pensamiento. Un pensamiento que le permite analizar y escoger entre varios comportamientos posibles.

Sonríe con algo de malicia y me dice:

– ¡Como cuando prefiero ir a jugar al fútbol, en lugar de ir a la escuela!

– Es un poco eso, creo que lo has entendido, pero te aconsejo que evites el asunto del fútbol, no sea que me enfade, si sabes a lo que me refiero…

Agacha un poco el morro sin hacerse demasiado el listo, a causa de una regañina reciente. Prosigo:

– Así que dispones de una forma de autonomía de decisión, pero para usarla debes de obedecer ciertas reglas, como en el fútbol: hay faltas que no puedes cometer, si no, el árbitro te sanciona.

– ¿Qué árbitro?

– El árbitro de tu vida eres tú, es tu conciencia. Ella es la que te dicta las reglas, los principios que debes respetar.

– Mi conciencia es como mi pensamiento, ¿no?

– El pensamiento es lo mental, el funcionamiento de tu cerebro; la conciencia, si bien forma parte de lo mental, es mucho más, porque es ella la que te dice si lo que haces está bien o mal; es una especie de juez y al mismo tiempo un instrumento de medida.

Aquí parece perdido. Ha adoptado su aire de “mochuelo”; tengo miedo de que no lo entienda. Voy a intentar arreglármelas de otro modo.

Es él el que habla primero:

– Si lo he entendido bien, soy yo el que tengo que juzgar, pero ¿cómo puedo saber lo que tengo que hacer? ¿Cómo puedo aprenderlo?

– Precisamente, es el trabajo de cada hombre: descubrir e integrar los valores que le permitirán construir su conciencia. Lo aprenderás a lo largo de toda tu vida, porque te vas perfeccionando. En el campo del espíritu, como en la escuela, eres capaz de progresar.

– ¿Qué clase de progreso puedo hacer?

– A tu edad, hay infinidad de cosas posibles, ya sabes, tu vida está abierta. En función de tu trabajo, puedes aprender inglés, chino, latín (si estudias un poco más en la escuela), puedes aprender a pilotar un avión y muchas cosas más aún.

– ¿Una nave espacial?

– Sí, ¿por qué no? ¡Y también puedes ser un buen mecánico, piloto de carreras o un gran cirujano! Así que, como ves, los humanos poseen esa parte inestimable que hace que sean perfectibles. Partiendo de esa base se dice que el hombre puede progresar en el ámbito del espíritu.

– O sea, que puede crecer. Pero yo también crezco cada año, sin darme cuenta, y mi hermano pequeño también; no hay que trabajar para eso, basta con esperar.

– Eso es verdad para todos los animales, pero tú no eres un animal; tú posees un espíritu, tu conciencia. Pero tu conciencia, si bien existe al nacer tú, sólo vive en forma de una semillita; si tú no la haces eclosionar, si no la cultivas, se queda intacta y se muere.

– ¿Es lo que tú haces en Masonería?

– Sí, lo intento construyéndome una conciencia de ser un hombre.

– ¿Por qué? ¿Todos los hombres no son hombres?

– En el terreno del espíritu, no, desde luego.

– ¡Ah, ya!

– Para ser un hombre no es suficiente con comer, beber, casarse y tener niños; eso la mayoría de los hombres lo hacen. No basta con ser grande y fuerte, conducir un coche y jugar al fútbol; para ser un hombre hay que saber qué hombre quiere uno ser, por qué quiere uno serlo y cómo puede uno serlo.

– Yo lo sé, yo quiero ser médico del mundo.

– ¡Está muy bien! Pero para ser médico no basta con aprender medicina, hay que creer en un ideal.

– ¡Es para cuidar a la gente pobre por todo el mundo y en África también!

– Muy bien, ese deseo que tienes es generosidad. ¿De dónde te viene esa generosidad? De tu corazón, claro, pero no es el corazón que está en tu pecho, es un sentimiento que viene de tu espíritu, de tu parte espiritual. Esta parte es el lugar donde se asientan todos los bellos y nobles sentimientos que notas aparte, representa el hombre completo que tienes que llegar a ser, un hombre evolucionado acorde consigo mismo.

– ¿Qué es un hombre completo?

– Es un hombre que ha conseguido desarrollar su parte espiritual de manera que venga a completar y dirigir su parte material.

– ¡No es fácil de hacer!

– No, no es fácil, hay que trabajar mucho.

– ¿Cómo?

– Intentando realizarse conforme a un modelo que uno haya escogido. Si quieres ser jugador de fútbol, por ejemplo, es para parecerte a Zidane, tu modelo. Para poder progresar en la vida espiritual necesitas también un modelo.

– ¿Tú tienes un modelo?

– ¡Claro! Cuando tenía tu edad, hace mucho tiempo, mi modelo era Pelé; hoy que he crecido, sería más bien un hombre libre, capaz de escoger y de respetar sus opiniones y las de los demás, un hombre capaz de transmitir sus valores con el ejemplo.

– ¿El padre Pierre?

– Sí, por ejemplo; alguien cuyos actos son conformes a sus palabras.

– Si te entiendo bien, tú quieres ser un Francmasón, ¡vaya!

A veces me siento orgulloso y al mismo tiempo sorprendido por los atajos que es capaz de encontrar ; los niños aún poseen en ocasiones esa gracia luminosa de la inteligencia intuitiva.

– Oye, papa, ¿puedo tomarme una coca cola?

Siempre es así: al cabo de un momento de atención necesita moverse y romper la tensión mental; es todavía demasiado joven para permanecer concentrado demasiado tiempo. Anda un momento por la cocina antes de volver a sentarse, en otro sillón. El gato, alertado por la apertura de la puerta del frigorífico, ha vuelto y se acurruca sobre sus rodillas.

– Perdona, papá, ya puedes seguir; te escucho.

Lo ha dicho un poco ceremoniosamente, para hacer el payaso. Le respondo en el mismo tono:

– Gracias, verdaderamente eres muy amable. Así que continúo.

– Sí, quiero ser Francmasón, como tú dices; es mi ideal.

– Ya lo sé, lo había adivinado; te oigo a veces hablar con tus amigos cuando vienen a casa. Pero ¿qué hacéis en esas reuniones vuestras de las que habláis?

– Hablamos, reflexionamos, intercambiamos ideas, buscamos juntos cuáles son los medios que cada uno ha de poner en práctica para progresar individualmente. Porque has de saber que esa parte del espíritu de la que te he hablado, si bien existe en cada hombre, sólo se encuentra en un estado embrionario, un poco como si hubiese sido ahogada; hay que redescubrirla y hacerla crecer y cuidarla diariamente para que no se marchite. Nuestras reuniones nos ayudan y nos permiten realizar ese trabajo que se obra en nosotros mismos.

– He comprendido un poco lo que es el progreso espiritual del que hablas, pero, ¿por qué hacéis eso? Puesto que es personal, como me dices, ¿tienes que ir a esas reuniones?

– Sí, necesito a los demás y la Masonería me propone un método de trabajo, y, sobre todo, un ideal que me va perfectamente.

– ¿Cuál?

– El método me propone recorrer treinta y tres etapas, durante las cuales aprenderé a descubrir mi parte espiritual y después a construirme como ser espiritual.

– ¡Es como en la escuela, que cambias de clase!

– No, en la escuela aprendes, aquí voy descubriendo. A lo largo de los diferentes grados se estudia siempre y únicamente sobre uno mismo, en cuanto ser a la vez humano y espiritual. Cada grado no es sino un punto de vista, una iluminación nueva que se me propone, diciéndome: “¿crees haberlo entendido?, ¿y si te cambio de lugar, si modifico el ángulo, sigues viendo lo mismo? No, evidentemente, y sin embargo se trata del mismo objeto”. Así, lo veo poco a poco; cambiando la mirada, lo veo en su totalidad, en su objetividad.

Se queda pensando un rato; estoy un poco preocupado por el largo silencio que se produce. Sólo está pensando, su pregunta me lo demuestra:

– Pero, ¿por qué hacéis todo eso?

– Nosotros a eso lo llamamos iniciarnos; es para renacer y crecer en nuestra dimensión espiritual, pero no es por gusto o por vanidad; lo hacemos para estar preparados para combatir en el mundo, para hacer triunfar el ideal de la Masonería.

– ¿Qué ideal?

– ¡Hacer progresar a la Humanidad!

– Entonces ¿hacéis política?

– No, en absoluto; claro que cada uno tiene derecho a tener sus ideas. Pero el progreso para el que trabajamos es un progreso moral y espiritual. Nosotros deseamos que todos los hombres puedan llegar a un nivel de conciencia suficiente para tomar las riendas de su destino individual.

– Los compañeros han dicho que había muchas clases de francmasonerías, ¿cuál es la tuya?

– Es la Gran Logia de Francia.

– !!!

– Hay sólo una Francmasonería, pero hay diferentes familias. Cuando vas a casa de tus primos, su piso no es como el nuestro y no siempre hablan de lo mismo que nosotros en casa, pero somos de la misma familia. Pues es igual; nosotros también tenemos primos, los llamamos obediencias.

– ¿Cómo os diferenciáis?

– Nosotros, somos una sociedad tradicional; eso quiere decir que tenemos una Tradición que se remonta a la noche de los tiempos.

– ¿Desde los hombres de las cavernas?

– ¡No, pero muy antigua de todos modos! Nuestra tradición expresa el conjunto de valores en los que creemos y es ella la que asienta y justifica nuestros comportamientos, para los cuales nos da razones. Además, trabajamos sobre todo a la gloria del Gran Arquitecto del Universo; es una actitud que nos caracteriza.

– ¿Qué es el Gran Arquitecto?

– Es un Principio que representa el poder del espíritu y su primacía sobre la materia. Nosotros decimos que es un principio creador, el del universo.

– ¿Como Dios?

– No del todo; es y sigue siendo un Principio y cada cual es libre de imaginárselo como quiera. Nosotros no le dirigimos nunca ninguna oración y él no interviene en nuestras vidas; es un símbolo, el símbolo de la vida espiritual de la que te hablaba antes; por esa razón no hablamos nunca de religión en nuestras reuniones.

– ¿Qué es el progreso de la humanidad?, ya no me acuerdo de lo que me has dicho.

– Me agradaría que estuvieses un poco más atento, ¿sabes?

He sido algo impetuoso… Molesto, baja la cabeza. Continúo.

– Nosotros, en la Gran Logia, pensamos que a la mayor parte de los hombres lo que les gobierna es su parte material, su parte animal, su instinto, si prefieres. Cada día en la televisión ves y oyes que sólo se habla de guerras y matanzas. Nosotros pensamos que la única manera de cambiar eso, lo que sería, reconócelo, un gran progreso para la humanidad, es cambiar a los hombres. Si los hombres son capaces de cambiar, cambiará la sociedad, y no al contrario.

– ¿Cómo queréis hacerlo?

– Para ello sólo existe un método: cambiarnos nosotros mismos, primero y antes que todo, iniciándonos. Por eso decimos que somos una sociedad iniciática… no hagas como si no entendieses, ya te he dicho a qué llamamos la iniciación, ¿te acuerdas?

– Sí, sí, el progreso personal. Pero no podéis convencer a todos los hombres, ¡hay demasiados!

– Desengáñate, tenemos un arma temible, la más fuerte de todas.

– ¿Láser, como en la guerra de las galaxias?

– No seas tonto, nuestra arma absoluta, pero también nuestra única arma, es el ejemplo.

– ¿Qué ejemplo?

– El que debemos dar, diciendo bien a las claras cuáles son nuestros principios, los valores que constituyen nuestra conciencia, y viviendo según esos principios, siendo uno siempre verdadero y haciendo lo que dice.

– Entonces ¿todos los francmasones, todos esos hombres y mujeres, trabajan juntos por el progreso de la humanidad?

– Sí, incluso si no trabajan siempre juntos, trabajan todos al mismo tiempo.

– ¿Ah, sí?

– Sí, hay Grandes Logias, por ejemplo, que son exclusivamente reservada a los hombres, pero otras grandes obediencias lo están para las mujeres y también hay otras que son mixtas. Como ves, todos, hombres y mujeres, pueden trabajar por el mismo ideal.

– Papá, papá, perdona, pero es la hora de la serie.

Comprendo que es preferible dejarlo aquí por hoy. El gato lo ha entendido perfectamente y espera, ya sentado y bien acomodado, ante el aparato de televisión. Me reservo el derecho a continuar esta conversación más tarde.


Jean-François Pluviaud , de la Gran Logia de Francia. Extracto del artículo “aparecido en el número 136 de la revista Points de Vue Iniciatiques.


La Francmasonería contada a mi Hijo | Jean-François Pluviaud
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