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EL HERMANO HAMLET

EL HERMANO HAMLET


En algunas logias se puede usar un nombre simbólico, no es obligatorio pero resulta romántico y un tanto atrayente de pronto incorporar otro nombre a tu alma, digo al alma porque el nombre se adhiere a lo más incorpóreo de uno mismo.


Para un masón el nombre simbólico danza con el ser iniciado que llevas dentro.


Es como si el alma pudiera identificarse con dos nombres distinguiendo al profano que eras antes de iniciarte del que no estaba aún iniciado.


Desde mil novecientos setenta y ocho ha pasado el tiempo suficiente como para entender razonable que la francmasonería no precisa justificar su existencia en una sociedad democrática, pues se trata de una institución de libre pensamiento, filosófica y adogmática, con miembros procedentes de todas las ideológicas democráticas y todas las religiones, todas las clases sociales y económicas, con un solo filtro discriminatorio: el espíritu.


La masonería no es más que una aristocracia del espíritu que reúne a hombres y mujeres buenos con vocación de sabiduría y fraternidad. Algunos masones del pasado utilizaron nombres simbólicos para refugiarse en un nombre que ocultara su identidad profana.


Somos una institución de perseguidos, no de perseguidores. De personas libres, no de dictadores. Somos espirituales, algunos ciertamente religiosos, otros no, pero la evolución histórica nos ubica también en la Ilustración europea.


Nunca estamos de moda pero siempre estamos presentes. Algunos tenemos nombre simbólico.


Soy de los masones de este país que no tiene que ocultar que lo es. He escrito lo suficiente sobre masonería y he dado las suficientes conferencias como para poder evitar que el robot Google me reconozca como masón. Luego mi nombre simbólico no obedece a ninguna necesidad de evitar que mi nombre verdadero aparezca en el libro de registro de las logias Hasta los más peligrosos para nosotros los masones saben que soy masón. Si un día adviniera una dictadura, sería de los primeros detenidos.


Hubo un momento en que salí del armario. Amo esta institución profundamente, después de veintiséis años me sigue pareciendo dulce y romántica, encuentro un refugio en ella, algo así como un submundo interesante y afectivo, misterioso y profundo. Este sábado acudiré a la tenida masónica.


Forma parte de mi vida que un par de días al mes me vista con traje negro, camisa blanca y corbata o pajarita negra, me ponga un reloj de mi abuelo que marca indefectiblemente las doce simbólicas horas del mediodía o la medianoche y que me reúna con mis hermanos. Me llaman hermano Hamlet y siempre tienen reservada una rosa para Menchu. Muchos de los autores románticos del XIX eran masones. Que no le extrañe esto al lector.


El hermano Hamlet llegó un momento en que pidió su nombre simbólico a gritos.


Es hermoso darse un nombre desde dentro de uno mismo porque entonces no se falla. He sentido tanto a Hamlet en mi interior… por su carácter reflexivo, por llegar a establecer la duda y alzarse como el primer hombre moderno de la historia. Pero también por su lealtad a los valores y a lo humano. Por su capacidad de ser sugestivo en lugar de imperativo. Ser o no ser, esa es la cuestión.


“Y si ser…tener que soportar al soberbio, la tiranía del injusto, el mal de amor, la dilación de la justicia, cuando todo, sin embargo, podría ser resuelto con una simple daga”. Ahí hay algo que nos retiene en el mundo, quizás la incertidumbre de no saber qué hay en el transmundo, quizás la necesidad de darle un sentido a la existencia participando simplemente del conflicto humano aportando una solución. ¿No sería acaso un acto de cobardía dejarlo todo aquí empantanado?


Cuando mis hermanos me iniciaron se me fueron aclarando algunas cosas importantes.


Una de ellas es que la fraternidad universal, es decir una sociedad regida por los ideales de la Ilustración europea del siglo de las luces es un ideal, quizás no tan utópico como parece, sino de muy difícil consecución. La logia participa de esa tensión dramática de resolver el conflicto humano en ese micromundo logial que reúne a humanos de toda condición y calidad sin discriminación alguna que emane de la ideología, el género, la clase social o económica.


Aún así, tratándose de personas respetables por su bonhomía y por ser complejas, esto en el sentido de no tratarse de personas sin voluntad de tener profundidad, el conflicto siempre subyace porque el conflicto es inherente a la vida humana.


Creo que desde que me siento Hamlet, he comprendido que el conflicto humano, esto es, el drama, existe simplemente porque no aceptamos la muerte. No aceptar la muerte tiene una consecuencia clara en el conflicto. El conflicto disipa en nosotros la presencia constante o subyacente de la muerte, es decir, diluye la ansiedad que provoca esta en nuestra vida cotidiana.


Cuanto más complejo y profundo es el conflicto, más disipa la ansiedad de la muerte mientras dura, pues la obviamos, nos olvidamos de ella. Entonces, no podemos evitar el conflicto por la sencilla razón de que tendríamos de frente nuestro mayor miedo: la muerte. Ante el conflicto de la muerte de su padre, asesinado por su tío y su propia madre, Hamlet lo resuelve intermediando el ritual de una obra de teatro que expone a los asesinos frente a un espejo. Es decir, Hamlet, el hombre moderno,intermedia un psicodrama para resolver una circunstancia tan trágica como la muerte producida no naturalmente sino por la conflictividad que anida en la convivencia.


La masonería ensaya en cada tenida un psicodrama regido por un ritual simbólico que pretende exponer toda la componenda de la dificultad de la existencia humana introduciendo a los hermanos en un proceso que se repite cada tenida y que simplemente propone como solución la aventura de enfrentarse a la muerte intercediendo gestos rituales y procesos simbólicos que buscan la sabiduría y el amor.


Todos los grandes problemas humanos tienen en común que no se pueden resolver solos y que precisan una socialización para resolverlos. La masonería es uno de tantos métodos que socializan la solución a la muerte y al gran conflicto que supone ésta mediante un ritual que sólo busca la sabiduría y el amor. Sabemos que la fraternidad sólo puede existir cuando el ser humano ha resuelto el problema de su ansiedad con la muerte.


En la vida ordinaria de Guillermo de Miguel, siempre hay alguien que le pregunta algo parecido ¿por qué eres masón, si esos son los que dominan el mundo e intrigan contra todo?


¿Pero qué es eso de la masonería, una cosa rara, no?


¿Cómo puede ser bueno lo que hacéis si es oculto y secreto?


Guillermo de Miguel no puede responder fácilmente a eso, puede dar una respuesta más o menos intelectual, que no llega ni al uno por ciento y que lógicamente se queda en la superficie


¿cómo explicar en una conversación de café un proceso de aprendizaje de más de un cuarto de siglo que, para ser entendido tiene que ser vivido?


Es un viaje iniciático demasiado complejo. Hamlet, sin embargo, sí puede ir explicándose cada vez mejor porque es el espíritu iniciado que sus hermanos han ido puliendo en él con el paso del tiempo. Hamlet es la necesidad de un nombre para diferenciar en él la progresión que va desarrollando en la construcción de alguien más armónico involucrado en el mundo para ser un hermano fraternal y filosófico.


No ser, no cabe en un iniciado, porque el iniciado accede a la realización del ser. Ama la masonería. Hamlet hace tiempo que sabe que hay que ver la verdad a través del velo que la oculta, pero sin retirar el velo. Esa verdad, que es el amor de realización, da respuesta a todo.


@ Guillermo De Miguel Amieva

#HERMANO #HAMLET ||| @(Stabilo (www.delcampe.net)

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