CHARLANDO…
@Amando Hurtado
Como he señalado en varias ocasiones, yo llegué al mundo masónico español recién iniciada de década de los 90, aún en momentos de gran fragilidad institucional, a pesar del tiempo transcurrido desde el levantamiento de la barrera legal, en 1979. Los masones con los que yo entré en contacto entonces tenían un repertorio masónico muy poco didáctico, partiendo, por lo general, de un falso concepto de “iniciación” que perdura aún en el lenguaje coloquial de algunos Hermanos, confundiendo la “afiliación” o ingreso en una Logia con el proceso de íntima evolución que el neófito “inicia” voluntariamente al acceder a la Orden. Es ésa una metonimia imprudente, que ha tenido efectos nefastos, en muchos casos.
Creo que el ideario masónico es inseparable del proceso iniciático y que lo que aporten individualmente los masones a los colectivos sociales en los que se hallen insertos dependerá de su forma de entender la iniciación, de su capacidad de actualizar el sentimiento de fraternidad universal –que habría de ser la meta común o “divisa” de la iniciación masónica– y de las características de la sociedad profana en la que se desenvuelven.
A la sociedad española le ha costado más que a otras aceptar algunos de los principios democráticos consubstanciales del ideario masónico. Una porción muy importante de ella aún está digiriendo la Carta de los Derechos Humanos. Ejemplos muy recientes, entre otros, podrían ser la confusión que produce aquí el concepto de laicidad, el rechazo de una normativa favorecedora de la educación ciudadana desde la infancia o la obligatoriedad, en cambio, de aceptar determinada formación dogmática. Sería importante analizar en qué medida influye el perfil social en el desarrollo de las formas de entender y practicar la masonería, tanto aquí como en otras latitudes...
La Masonería (con mayúscula) es una orden iniciática en la que se nos ofrece la oportunidad de aprender a convivir en fraternidad, viéndonos reflejados los unos en los otros –que es una manera de conocernos mejor a nosotros mismos– buscando un perfeccionamiento personal que debe tener consecuencias sociales, por supuesto. Y para poner en vigor socialmente las ideas y las iniciativas que nuestra conciencia nos dicte hemos de integrarnos, como el resto de la ciudadanía, en las estructuras sociales de nuestro tiempo y lugar. No vale el absentismo…
En una época en la que hablar de valores humanos universales implica conceptos bioéticos, ecológicos y geopolíticos, la sabiduría exige no sólo cautela, sino oposición a todos los “absolutos”, no separando nunca los conceptos de libertad e igualdad y considerando la exaltación de la dignidad humana meta de toda acción social.
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