@Amando Hurtado
Fué Kant quien más destacadamente señaló los rasgos propios de una antropología filosófica. Distinguió entre una filosofía “académica” y una filosofía de sentido cósmico, caracterizando a ésta como “la ciencia de los fines últimos de la razón humana”. Kant se preguntaba sobre cuatro temas que delimitan el campo de esa filosofía universalista: “Lo que puede hacer el Hombre, lo que debe hacer, lo que le cabe esperar y lo que realmente es el Hombre”.
A la primera pregunta responderìa la Metafísica, a la segunda la Moral, a la tercera la Religión y a la cuarta, la Antropología. No obstante, apuntaba Kant que todas esas disciplinas podrían refundirse en la Antropología, puesto que resume las tres primeras, siendo la Antropología filosófica la rama principal de la Filosofía.
Resulta a veces penoso para algunos HH.: de nuestras logias (las llamadas de “San Juan”) efectuar un salto hacia la metafísica, sin que ello deba parecer extraño o indebido. La Iniciación virtual a la que hemos accedido es sólo la puerta del camino de nuestra realización iniciática, que suele ser lento y esforzado.
La filosofía masónica tiene el carácter “cósmico” que la distingue de la “académica”, según la clasificación kantiana a la que nos hemos referido y el Trabajo que se propone en sus dos primeros grados corresponde de lleno al conocimiento antropológico sobre el que han de desarrollarse posteriormente nuestras reflexiones . Por eso no es infrecuente que algunos filósofos oficiales rechacen aún nuestro modo de aproximación al conocimiento. Y digo aún, porque me parece cierto que un nuevo paradigma cultural se está consolidando y la Filosofía tendrá que volver a especular a partir de una nueva Física, reinterpretando la imagen del Universo que ella nos revela actualmente.
En Masonería se ha aludido muy a menudo al mundo espiritual utilizando el término “moral” , puesto que la condición moral de sus miembros es lo que la Orden se propone mejorar, por medio de un método simbolista ritualizado (es decir, escenificado). Algunas logias identifican convencionalmente el orden moral con el espiritual. Y es que llevar el pensamiento al plano moral, entendiendo lo moral como corolario o actualización de una Ética, supone el primer paso indispensable para la toma de conciencia de la espiritualidad en una más amplia dimensión.
El análisis de las causas y de los fines o propósitos de los actos que libremente realizamos implica un progresivo buceo en la propia intimidad. Es la forma en que podemos llegar a descifrar lo que los psicólogos llaman el “yo”, raiz de todas las reflexiones y vivencias espirituales conscientes de las que es capaz el ser humano.
No es una dogmática lo que une a los masones en su búsqueda en común. La Masonería propone un quehacer concienzudamente realizado.
No es en sí misma una filosofía, sino una escuela de acción, filosófica y antropológicamente condicionada. Por eso insistimos siempre en afirmar que el aprendizaje masónico, en todos sus grados, consiste en llevar el conocimiento “al corazón”. Es decir, integrar en nuestra personalidad lo aprendido, a fin de que nuestros actos sean reflejos de la manera de ser a la que llegamos a través de la autoeducación que llamamos iniciática y no simples reacciones determinadas por la educación periférica recibida. No pensamos que haya que “portarse bien” sólo porque ello facilite la convivencia social o porque así alcancemos algún cielo, sino que creemos que hemos de trabajarnos a nosotros mismos para que portarse bien con los demás sea algo intrínseco a nuestra personalidad profunda. Sólo así se conseguirá que la Humanidad avance desde la evolución individual a la colectiva. ¿Utopía?: Sí.