Masonería - CULTURA MASÓNICA: LA ENCRUCIJADA ESPAÑOLA…
@ Amando Hurtado
La neomasonería (la filosófica o especulativa) brotó, como institución inglesa, dentro de un haz histórico de coordenadas sociales que no concurrieron de igual forma en otros países europeos y aún menos en España. Los reinos ibéricos, unidos monárquicamente al servicio de la política hegemonista de los Habsburgo y de una Iglesia aferrada al papel de administradora exclusiva y universal del las ciencias, de las artes y de cuanto pudiera relacionarse con la vida espiritual, no fueron protagonistas de la proto-revolución cultural y política que se sustanciaba en Europa durante los siglos XVI y XVII.
No cristalizaron en nuestros reinos medievales los grupos de artesanos-artistas de la construcción a los que reyes y grandes señores laicos y eclesiásticos privilegiaran en el resto de Europa occidental con expresos fueros profesionales. A pesar del ejemplar esplendor alcanzado en España por la arquitectura románica y de la presencia aquí de notables maestros del arte gótico, no figuran tampoco en nuestro haber documentos relativos a la organización gremial de los canteros-masones semejantes a los conocidos en Alemania, Francia, Italia o Escocia (Estatutos de Ratisbona, Bolonia, Schaw, etc.). No se conserva rastro significativo de la existencia de cofradías del Arte en la Edad media hispana y recordemos, por otra parte, que no cabe confundir los gremios y “gilden” medievales - en los que se encuadraban profesionales debidamente acreditados - con las cofradías específicamente masónicas operativas, que surgieron en el seno de aquéllas, pero constituyendo agrupaciones más restringidas. La presencia de algunos sígnos emblemáticos, como las marcas de los canteros, la escuadra o el compás, no constituye prueba de la existencia de cofradías españolas, contra lo que, entre otros, parecía creer nuestro ilustre Hermano Nicolás Díaz y Pérez, uno de los escasos historiadores no profanos de la masonería española. El movimiento masónico no alcanzó un desarrollo corporativo autóctono, como lo fue en Francia embrionariamente el Copañerazgo, o lo fueron los Comicini en Italia o los Steinmetzer germanos de Colonia, etc….
No se dieron aquí guerras internas de religión, ni se concretaron en cambios reorientadores de rumbo las muy fugaces oposiciones políticas de comuneros y agermanados. Brillaban entre nosotros notables individualidades artísticas y literarias, siempre bajo sospecha o sometidas a vigilancia inquisitorial, pero ni la gran masa social agropecuaria, ni la débil burguesía, ni la domesticada casta aristocrática reivindicaban ostensiblemente derechos alteradores del statu-quo imperante. La cultura hispana, monocolor tras la expulsión de judíos y musulmanes, parecía resignada a desarrollarse en el marco inviolable de una Verdad absoluta cuyos dogmas oficiales habían de ser el único soporte legítimo y universal de la construcción social.
La cultura española ha tendido a interpretar el “simbolismo” en clave religiosa. La Iglesia, tradicional detentadora del poder docente en nuestras tierras, ha utilizado siempre alegorías y emblemas ilustradores de sus dogmas, como si fueran “símbolos” y logrando que en nuestra cultura popular se suela identificar el esoterismo simbolista con alguna forma de ocultismo o de religión. Si a ello se añade el mismo fenómeno respecto al concepto generalizado de “rito”, nos hallaremos ante un binomio conceptual que ha constituído aquí una primera barrera mental para abordar cuanto concierne a la Masonería.
La formulación de la neomasonería filosófica que llegó a cuajar y consolidarse en España no fue la de las dispersas logias simbólicas dieciochescas de influencia anglosajona que, como la primera conocida, fundada en el escasamente “ilustrado” Madrid de 1728, surgieron constituídas e impulsadas por masones extranjeros radicados aquí temporalmente - y de cuyos trabajos se tienen insuficientes datos - sino la que se sobrepuso a aquélla durante la ocupación militar francesa de principios del XIX: la masonería napoleónica del Gran Oriente de Francia.
Evitando aquí una enésima descripción de lo que ha sido la historia de nuestra Orden en España desde aquel siglo XIX, creo que en la encrucijada actual, tras el letargo del que parece ir despertando desde hace pocos años - no sólo achacable al trauma de las cuatro décadas dictatoriales del siglo XX - se dan en nuestra masonería, junto a las que podríamos considerar taras tradicionales o idiosincrásicas, estimulantes perspectivas de renovación o relanzamiento. La gradual disolución de las ideologías dogmáticas o dogmatizantes, conectadas durante el siglo pasado con la rigidez del positivismo científico decimonónico, superado por los nuevos horizontes abiertos a la investigación y al más amplio conocimiento de nuestro universo, vuelve a abrir un espacio histórico fértil para la forma de espiritualidad que representa la Masonería.