Nada sabríamos de Jantipa si no se hubiera casado con Sócrates, boda que tendría lugar en torno al 418 a.C. Sócrates era bastante mayor que ella: Jantipa no tendría más de veinte años cuando se casó. Tuvo varios hijos de Sócrates, el más conocido se llamó Lamprocles. Sócrates ejemplifica la contradicción existente entre dos condiciones: la de filósofo y la de hombre casado, según escribió Nietzsche.
Jantipa era famosa por su malhumor y por los escándalos a los que sometía a Sócrates. Cuando tras insultarlo e injuriarlo le arrojó un jarro con agua a la cabeza, Sócrates, acostumbrado a aquella conducta, dijo a los amigos que presenciaban la escena: “Es natural que tras los truenos venga la lluvia”.
Jenofonte la describe como de carácter endiablado y Platón la consideraba paradigma de la esposa chillona e insoportable. Pero, a pesar de su carácter insoportable, era una mujer inteligente y la única persona que ganó una discusión a Sócrates. Éste llega a decirle a Alcibíades: “Sin ella no soy nada, la necesito para vivir”. Claro que cuando Alcibíades le preguntó cómo soportaba sus quejas e intemperancias, el filósofo respondió: “A todo nos hacemos con el tiempo; te acostumbras al ruido de una polea de un pozo, y al graznido de los gansos”. Aquello entraba en contradicción con las enseñanzas de Sócrates, pero Antístenes, uno de sus alumnos le dijo: “Maestro, ¿cómo tú que nos aconsejas educar a nuestras mujeres, no educas a Jantipa, que es la mujer más inaguantable de cuantas existen, han existido y existirán?”, a lo que contestó Sócrates: “Porque los hombres que quieren ser buenos jinetes, no adquieren caballos dóciles, sino los más furiosos, ya que consideran que si pueden domar a los de tal naturaleza, con mayor facilidad manejarán los demás caballos. Sócrates tenía cincuenta años cuando se casó con Jantipa, de dieciocho. Aunque la historia la pinta como una fiera, lo cierto es que no debió ser fácil vivir con el filósofo, que se pasaba el día fuera de casa sin provecho, sin traer un sueldo a casa, siempre discutiendo para arriba y para abajo con un séquito de discípulos. Llegaba a casa de madrugada, a menudo borracho, siendo el hazmerreír del vecindario.
No obstante, lo más probable es que hubiera amor entre ellos. Al menos Jantipa lo admiraba y lo quería. Tuvieron tres hijos, si es que dos de ellos no fueron de Mirto, la otra mujer en la vida de Sócrates. De éstos se sabe poco. Jantipa estuvo con el filósofo hasta el final. Sabía que se trataba de un hombre extraordinario. Su muerte la conmovió profundamente, y permaneció junto a él en los momentos difíciles.
Ha habido partidarios de Sócrates, en esta relación tormentosa, pero también de Jantipa, cuya fama –según algunos- fue fabricada por los admiradores de su marido. Otros consideran que, siendo una mujer práctica, se irritaba mucho al ver a su marido dedicado a asuntos aparentemente improductivos en vez de generar unos ingresos mínimos al menos mediante la aplicación del intelecto. En cierta ocasión discutía con su esposo, a quien reprochaba que no había querido cobrar los diez dracmas que le ofrecían, estando ellos tan necesitados.
En cuanto a los orígenes familiares de Jantipa, la mayoría descarta que perteneciera a la clase alta; más bien parece que fuera de la clase media baja. Se la describe rubia y fogosa. Debió recibir buena formación en la niñez. Por otra parte, no debió llevar bien la convivencia en la misma casa con otra esposa de Sócrates, Mirto. A pesar de que la bigamia no estaba reconocida por la ley, era tolerada. Por otra parte, Jantipa pudo mostrarse contraria a las exigencias libidinosas atribuidas a Sócrates; el filósofo había sido un mujeriego, además de mantener relaciones con algunos hombres, entre ellos uno de los atenienses más ilustres, el general Alcibíades. Por eo, cuando llegan a casa unos pasteles que éste había enviado al filósofo, la mujer los tiró de un manotazo.
Sócrates lo aguantaba todo. En cierta ocasión, paseando con sus discípulos, dijo a Platón que le alcanzase una rosa blanca que había a un lado del camino; así lo hizo este último, que sin reparar en las espinas del rosal se lastimó la mano, quejándose por el contratiempo. Como antes Platón había estado criticando a su maestro por vivir con una mujer como Jantipa, éste le dijo: “Querido, ya sabes que las rosas pinchan, pero son hermosas; por eso me uní a Jantipa, ya que es preferible la belleza con dolor que la vida sin belleza”.
Se dice que entre los problemas de la pareja pudo estar la afición de Sócrates por los efebos. Pero tanto la pederastia, como la homosexualidad eran prácticas aceptables.
La pareja Jantipa-Sócrates representa dos actitudes ante la vida: la del filósofo que se rige por sus ideales y la de su esposa, la mujer práctica pegada a la realidad de la vida cotidiana.
La historia posterior nos demuestra que la actitud vital de Sócrates, heroica, altruista, asomada al mundo de la pureza intelectual, acabaría triunfando. Aunque se dice que éste no escribió, que fue ágrafo y que Platón recogió su enseñanza a modo de amanuense suyo, sin embargo, la obra de Sócrates quedó por escrito durante algunos años tras su muerte, siendo Jantipa quien haciéndose cargo de ella nunca quiso entregarla a Platón, que ofreció enormes cantidades de oro por sus escritos. Es conocida la escena que montó en vísperas de la muerte de Sócrates, cuando el filósofo, condenado a muerte, se obstinó en no huir ni exiliarse, prefieriendo pasar sus últimas horas con sus amigos. Entonces Jantipa comenzó a golpearse el pecho, a gritar y a quejarse estruendosamente diciendo que el marido iba a morir y que nunca la vería ni a ella ni a sus hijos. Sócrates, que no soportaba el luctuoso espectáculo, dijo a Critón: “Por favor, que se lleven de mi presencia a esa mujer”.
En definitiva, Sócrates nunca debió ser recomendable para compartir con él la vida diaria. Es probable que su esposa lo tildara de gandul. Tampoco su aspecto desaliñado atraía. Iba vestido en invierno igual que en verano, con el mismo quitón lleno de remiendos y manchas. Bebía hasta emborracharse y era tan desaseado, que Jantipa le reprochaba que no se lavase. No ganaba dinero y estaba ausente de casa días enteros. Jantipa llegó a presentar una denuncia contra él por abandono de sus deberes y lo llevó a los tribunales. Sócrates, en vez de defenderse, la defendió a ella ante jueces y discípulos, diciendo que como esposa tenía toda la razón, y que era una mujer buena merecedora de un marido mejor que él. Le absolvieron, pero volvió a las andadas y a sus costumbres no siempre inocentes, ya que no se limitaba a frecuentar a la hetera Aspasia, sino también la casa de Teodata, la prostituta más conocida de Atenas. Todos apreciaban su buen humor, no se ofendía, decía las cosas más complejas con las palabras más sencillas. Se paraba ante los puestos del mercado y decía: “¡Mirad cuántas cosas necesita hoy la gente!”.
Jantipa no podía decir lo mismo, sino que se quejaba de no tener lo indispensable para vivir. Poseemos testimonios escritos de su carácter íntimo que envuelven su figura en un halo de humanidad. Sobreponiéndose al paternalismo con el que la trataba su marido, se mostró cariñosa y dulce, denotando con ello que la base de su vida conyugal había sido el amor y la admiración hacia su marido. Cuando Sócrates se tomó la cicuta, ella aparece con uno de los hijos pequeños del filósofo y Mirto, diciéndole: ”Marido, el día de hoy será el último en el que podrás hablar con tus amigos, y ellos contigo”, mientras sollozaba.
Estas palabras han sido interpretadas por algunos como una burla final, entre venganza y reproche, pues Sócrates se había pasado toda la vida con discípulos y todo tipo de seguidores, con todos menos con la familia. En el momento de su muerte, Jantipa entró en la habitación y dijo: “¿No te indigna que te hayan condenado injustamente?”. Y él respondió” Mejor es así, porque ¿qué dirías si me hubieran condenado justamente?”. Luego añadió: “De todas formas también los que me han condenado a muerte lo están, pues la Naturaleza misma ha dictado contra ellos esa sentencia”.
Un libro de emblemas muestra una ilustración de Jantipa vaciando un orinal sobre Sócrates, de Emblemata Horatiana ilustrado por Otho Vaenius, 1607.