Sabemos que en nuestro universo la vida procede de una energía primordial omnipresente, observable, mensurable y susceptible de experimentación en sus diversas manifestaciones, con una materialidad diferente de la que caracterizaba a la materia inerte contemplada por la física tradicional: incluye cualidades y funciones “estructuralmente idénticas a las funciones de los organismos vivientes...circulando de manera desigual, con mayor o menor intensidad, según la naturaleza de los cuerpos que constituye y alimenta...”.
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